Dos décadas y un poquito más atrás varios argentinos salieron a las calles al grito de “que se vayan todos”. El enojo contra la clase dirigente por la situación económica y social casi lleva al colapso del propio sistema.
Sorpresivamente hoy, con un escenario bastante crítico en lo económico y social, los sectores medios están en una posición pasiva y de hartazgo. Resulta bastante llamativo que frente a más de una década con inflación superior a dos dígitos (y con una expectativa de superar los tres en el año en curso), no se hayan registrado cacerolazos u otras manifestaciones abiertas contra la clase política en general. Tampoco hay una reacción frente a los aumentos en los servicios públicos. Parecería que, frente a la depreciación del poder adquisitivo, la respuesta es el enojo y la apatía.
A diferencia de 2001 la respuesta proviene por fuera del sistema político. Javier Milei es el candidato que capitaliza el enojo y el desencanto. Su discurso por fuera de la política empatiza con los sentimientos de varios sectores de la población que buscan una mejora a su situación personal.
Al mismo tiempo, la condición de economista del excéntrico precandidato a presidente en un contexto delicado junto con sus propuestas radicales, como la de “dinamitar el Banco Central” aumentan su caudal electoral. Tiempos desesperados abren la puerta a soluciones heterodoxas.
La emergencia de este tipo de candidatos en situaciones de crisis no es privativa de la política argentina. En la década del 90´ y luego de los escándalos del mani pulite, Silvio Berlusconi, empresario y con un discurso contra el sistema político italiano, se transformó en primer ministro.
Más cercano en el tiempo, podemos encontrar a Donald Trump quien supo empatizar con los sectores medios y los denominados rednecks, a quienes el sueño americano y la política partidaria norteamericana había olvidado.
David Runciman en su libro “The Confidence Trap” aborda algunas de las problemáticas de la democracia contemporánea. Según el pensador británico, las democracias occidentales sufren una crisis de confianza. Su capacidad de resiliencia y de resolución de problemas hacen que no sean muy buenas para advertir algunos de las crisis que se le avecinan. Cuando logran visualizarlos, o es demasiado tarde para evitarlos o ya explotaron en medio de la sociedad.
Al mismo tiempo, considera que existe otro problema inherente a la política en general y a las democracias en particular: la pasividad. Retomando al pensador francés del siglo XIX, Benjamin Constant, entiende que la apatía es un mal al acecho. La democracia representativa se sustenta en un vínculo de confianza entre los políticos (o representantes) y los ciudadanos (o representados).
¿Qué sucede si defraudan nuestra confianza? Las elecciones son una excelente herramienta para premiar a quienes han realizado bien su trabajo o castigar a quienes han decepcionado con su labor. El problema con este mecanismo de control es que muchas veces puede llegar demasiado tarde o bien vaciarse de contenido en función del sistema electoral.
En Argentina elegimos diputados a cada dos años, senadores a cada seis y presidente a cada cuatro. Generalmente, todas las elecciones tienden a concentrarse en el Poder Ejecutivo, por lo que las elecciones legislativas de medio término se transforman en un plebiscito de la gestión presidencial (o de los ejecutivos provinciales) relegando el control sobre los legisladores.
Por otro lado, el sistema electoral con listas cerradas y bloqueadas no siempre habilita castigar o premiar a los representantes puesto que no todos los miembros de la lista son merecedores del voto positivo o negativo para el ciudadano.
Finalmente, cabe añadir que en algunos distritos como la Ciudad de Buenos Aires o más precisamente, la provincia de Buenos Aires, la existencia de un extenso número de candidatos dificulta el conocimiento de todos los integrantes de la lista partidaria.
Ahora, ¿Son las elecciones el único mecanismo de control? ¿Son los políticos una “casta” que opera en contra los ciudadanos? O más profundamente, ¿Tiene algún sentido la política aún? Volvamos a Runciman y la apatía.
La política no puede funcionar correctamente oscilando entre ciclos de desentendimiento y furia contra los representantes. Es mejor una alternativa intermedia en la cual el ejercicio de la ciudadanía implique un mínimo de compromiso y control algo más continuo. Las elecciones son un buen mecanismo, pero insuficiente.
En lugar de esperar dos años o cuatro para descargar la ira contra los representantes, quizás deberíamos salir más seguido a la calle para decir que algo no nos gusta. Incluso, participar en algún espacio político u organización de la sociedad civil. Después de todo, como dijo algún vez el humorista política Tato Bores: “No se queje sino se queja”.